Una luz de almacén. Arturo dejó el café recién hecho sobre el mostrador del bar El Buzón. Francisco, con la sencillez de la nostalgia, se sentó en la misma mesa como cada mañana desde hace 60 años y esperó la llegada de la moza entre las noticias del diario. Afuera todavía está la casa del herrero, el paredón de Centenera y el terraplén. Es la esquina de las calles Esquiu y Tabaré, a la que algunos amigos, como Manoblanca, ya no volverán. Todo es Pompeya. Mas allá, la inundación.
“Ahí enfrente está la esquina del herrero, barro y pampa que Manzi nombró en Sur. El paredón es aquel de allá. Y la barrera del terraplén es la que estaba acá en perito Moreno”. Para Miguel, popular en el barrio como “panchito”, no hubo tiempo mas feliz que aquellas noches de bailes de carnaval del club Juventud y Armonía en las que Rodolfo Lesica subía a cantar con algunas ginebras encima. Todavía recuerda emocionado la visita de Castillo, o esa tarde de 1957 que escuchó cantar a capella a Raúl Lavié sobre la camioneta del presidente del club, cuando fueron a buscarlo a la casa.
Por aquel entonces, al café “lo manejaban dos gallegos que eran bravos”, y ni Miguel ni sus amigos de la barriada pudieron entrar hasta cumplidos los 18 años. “Acá había gente mas grande que nosotros, se jugaba a las cartas y por guita”, recuerda. Eran los tiempos en que reinaban las discusiones entre radicales, peronistas y socialistas. La nostalgia milonguera, tan fugaz como risueña, vuelve a hacerse voz y rostro en “Panchito”: “en octubre cumplí 78. Hicieron 60 años que entré acá por primera vez, al bar”.

El buzón de Pompeya
La esquina donde se pliegan las calles Esquiu y Tabaré contra la avenida Centenera es unas de las pocas ventanas que conserva la ciudad de Buenos Aires en este siglo para mirar al que pasó. Allí se emplaza, en la misma esquina del buzón, el café notable -desde 2013- “El Buzón” de Pompeya. Está ubicado en la planta baja de la construcción original donde funcionó el colegio Luppi, al que Homero Manzi concurrió como pupilo cuando solo era un adolescente, entre 1920 y 1923.
La familia Luppi instaló el colegio en la manzana triangular de las calles Manzi, Esquiú y Tabaré hacia el año 1887. La institución pupila funcionó hasta el 1927, año en que murió su director Eduardo Colombo Leoni. Tres años mas tarde, en 1930, el triángulo se loteo en siete partes y en la punta de Tabaré y Esquiú nació el bar.
En el año 1999, la decisión del Correo Argentino fue considerar inútiles a todos los buzones y así, retiró el que ya era un emblema en la esquina de Esquiú y Tabaré. 16 días después, luego del pedido publicado en el correo de lectores del diario Clarín por el vecino y fundador del museo Manoblanca, Gregorio Plotnicki, el buzón fue colocado nuevamente en su lugar original.
“Es simbólico. Nosotros nos apoyábamos en el buzón. Muchos de los muchachos citaban a las pibas ahí y les decíamos: ‘te espero en el buzón’. Una piba que vivía tres cuadras para acá, y un pibe de cuatro cuadras para allá se encontraban en el buzón”, recuerda “Panchito”.

Barrio de tango
La obra de Homero Manzi resulta ineludible para comprender la historia de ese rincón de Pompeya. La manzana en triángulo todavía conserva la construcción original del colegio y los ventanales, sobre el café “El Buzón”, desde donde el poeta santiagueño se inspiró en la sencillez de la barriada para componer obras magistrales del cancionero porteño como Barrio de tango (1942), Sur (1948) y Manoblanca (1941).
La referencia a “la esquina del herrero, barro y pampa” que podía apreciarse desde la ventana del colegio Luppi, las menciones al terraplén de las vías del tren, al “paredón y después sur” ubicado en la avenida Centenera o al “farol balanceando en la barrera” de la avenida Perito Moreno, fueron los paisajes que ofrecía aquel rincón de Buenos Aires en el siglo XX y que Manzi supo reflejar en su poesía.
Así lo entendió Gregorio Plotnicky cuando decidió crear el museo Manoblanca dedicado a Homero Manzi y a recuperar la historia de esa porción de Pompeya. Con los años, la esquina de Centenera, Tabaré y Esquiú se convirtió en emblema del recuerdo al poeta que le cantó al barrio como pocos. La música de Troilo, Discépolo, Antonio de Bassi y la voz de Goyeneche terminaron de configurar la identidad tanguera que gira en torno a la esquina del buzón.

El museo Manoblanca
El tango escrito por Homero Manzi en 1941 inspiró a Gregorio Plotnicky a crear el museo dedicado al poeta y a recuperar la historia del barrio en “la esquina donde me esperan sus ojos” -Manoblanca-, justo enfrente al buzón. “Cuando yo era chico jamás escuché que Homero Manzi vivió acá. Toda la historia de Pompeya pasaba por Saenz. Fue así que decidí hacer esto”, explicó Gregorio. Luego de la “movida” para recuperarlo en el año 1999, Gregorio decidió crear “La orden del Buzón”. Una distinción que durante estos años ha entregado a personalidades distinguidas del ámbito de la cultura popular. Un aljibe, colecciones fotográficas, y elementos antiguos conviven en el museo Manoblanca con las esculturas de Antonio Oriana, fileteados del artista polaco León Untroib y retratos de Marta Luchenio.

Juventud y Armonía
El club Juventud y Armonía, fundado en 1930 y ubicado en la esquina de Manzi y Tabaré, es otro de los íconos distintivos del barrio. Un nombre suena como referencia: Hugo Manente. Tiene 83 años y es un emblema de la institución que alumbró por los años 50 al barrio con las noches de bailes, los campeonantos de basquet y las proyecciones de cine. Hoy, la jóven presidenta Maru Cava -además directora del Centro Cultural Homero Manzi- y el vicepresidente que es su marido, Omar Basilone, trabajan en la actualidad para sostener las disciplinas y mantener activo el club barrial.







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